lunes, 10 de febrero de 2014

Esperanza...

Jamás pensé que dolería tanto. Pensé que me recuperaría rápidamente si metía la cabeza en otras cosas, pero hoy he comprendido algo: Tengo que aprender a vivir con esta tristeza, incorporarla a mi vida, porque nunca se irá, siempre estará ahí y así debe ser, porque se va un pedazo de mi, porque nadie pasa página o se recupera de la pérdida de un hijo.

Hay quien no entiende el duelo por la muerte perinatal, solo quien lo ha vivido, y aveces aunque bien intencionados algunos comentarios aun hacen más daño. Cosas como: ya tendrás otro, eres muy joven, es lo mejor que ha podido suceder, te recuperarás... No entienden que Lucas era único e irremplazable y que no, no me recuperaré. 

Hay gente que cree que por no nacer no es hijo, que como no le conocieron puede ignorarse que existió. Pero nosotros, sus padres, si le conocimos. Lo amamos desde el primer día, lo vimos jugar dentro de mi en cada ecografía, nos comunicamos con él entre caricias y pataditas, le hablamos de los que están fuera, de su familia y hermanas porque nosotros éramos sus ojos, le cantamos, tuvimos cuidado para no dañarle cuando caminábamos o íbamos en coche y le vimos tantas veces en tantos momentos de nuestra vida y nuestros planes...

La vida sigue, sí, pero no sigue igual, quizá para los demás sí pero para nosotros ya no será igual.

Ahora siento que me muero de tristeza y que no tengo fuerzas para nada.
Necesito encontrar paz, pensar que algún día Lucas nos dará un abrazo tan fuerte que recompondrá todos nuestros pedazos de corazón.

Mi marido, ese gran olvidado. Es cierto que él no cuenta con el factor hormonal que a mi me machaca, pero sufre, claro que sufre, tanto como yo porque también ha perdido un amor y se derrumba como yo, quizá no todo lo que él quisiera porque tiene que estar firme para cuando yo me caigo al pozo de cabeza a cada rato.

Nos decía un sanitario en el hospital: ¿Tenéis más hijos? Porque cuando se tienen más hijos se lleva mejor. Y yo le respondía: A mi cada hijo me duele igual.
Y así es, tengo cinco dedos en cada mano, no me duele menos si me arrancan uno u otro, porque cada uno es único.

Muchísimas veces he oído durante todo el proceso: Que fuerte eres.
No soy fuerte, claro que no, estaba llena de esperanza y si sigo en pie ahora es porque sigo llena de esperanza, aunque esté triste. 

1 comentario: